Sevilla,
26 de Septiembre de 2030.
Estimado
señor, voy a contarle la historia de mi infancia, de la poca
infancia que tuve y cómo llevé adelante mi vida, sin ayuda de
nadie, solo con amigos pasajeros; así es cómo aprendí que estás
solo en esta vida, que nadie va a poder ayudarte, solo tú mismo
puedes y tienes que seguir adelante, por muchos baches que la vida te
ponga por delante. No creo que mi nombre importe mucho ahora mismo;
soy insignificante en este mundo, una persona a la que pocos conocen
y con una vida simple y tranquila.
Mi
infancia no fue la infancia que tenían esos niños que salían tan
felices en la televisión, con sus padres y madres, viajando, por
todo el mundo. Mi madre, la cual no recuerdo ni su nombre, solo tengo
una imagen suya en mis recuerdos, una imagen no muy buena, mi madre
haciendo cosas que yo no entendía en ese tiempo, pero que ahora
entiendo perfectamente y aunque no era una madre ejemplar, yo la
quería y aún la quiero, ella hacía todo para que yo estuviese
feliz y era la única madre que tuve, no sabía si era mi madre
biológica pero ella me crió. Cuando era pequeño, me decía que
cerrase los ojos y que pensase en algo bonito, mientras ella se
drogaba, aunque era tan inocente que no sabía que hacía, y luego me
decía -''Abre los ojos cariño, sal, explora el mundo y cuando seas
mayor, no mires atrás, olvida tu pasado''; fueron sus últimas
palabras antes de que se fuera para no volver. Mi padre, lo conocí
poco, cuando yo tenía tres años lo mataron, según mi madre fue una
banda de gitanos del barrio cercano al que vivíamos, mi padre les
debía mucho dinero y aunque intentó huir, eran demasiados contra
solo uno. La policía enseñó unas fotos del cadáver a mi madre
para saber si era su esposo, aunque ya mi padre no parecía una
persona, la foto solo mostraba su cara ensangrentada y su cuerpo, el
cual habían abierto en canal y se salían todas sus tripas. A los 13
años, mi padre llevaba 10 años muerto y mi madre se fue, aún no se
donde, pero yo me quedé solo, en La Atletanía, un barrio de Sevilla
bastante malo para tener niños pequeños como yo, y muy cerca de Las
Vegas, otro barrio aún peor, dónde no me atreví a entrar hasta
pasados los 16 años (que en ese barrio a esa edad ya se consideraban
mayores de edad). Mis padres no eran un buen ejemplo para mí, pero
traían el dinero suficiente a casa como para darme de comer cada día
y poder pagar mi colegio. Me apuntaron al colegio cuando ya
estaba
más crecido, días antes de que muriese mi padre, que quería que
aprendiese a leer, escribir y lo básico de las matemáticas, al
menos así tenía unos principios básicos, aunque nunca llegué a
terminar el instituto y no hacíamos apenas nada en el colegio;
aprendí poco.
Aún
recuerdo lo último que mi padre me pidió que hiciese como última
voluntad antes de ser asesinado; llevar adelante el negocio de la
familia, el que antes no sabía pero ahora ya se, las drogas.
Me
quedé solo en casa, así que cuando pasaron los meses, encontré un
recoveco entre la pared de mi cuarto y la pared del saloncito, el
cual llevaba hasta una habitación más pequeña que tenía bolsas y
más bolsas con un polvito blanco que no conocía y decidí dejarlo
allí y olvidarlo.
Salí
de aquel agujero tan agobiador y espeluznante, cerré el recoveco con
el cuadro caído que estaba antes ahí y decidí descansar en mi
cama.
En
mi sueño, me daba cuenta el odio que sentía siendo de ese barrio de
mala muerte, sin amigos, teniendo que ir a la puerta trasera de los
restaurantes para conseguir un poco de comida muy hecha, aunque me
parecía asquerosamente deliciosa ya que no podía comer otra cosa.
Tengo
que admitir, que sí tuve un amigo, un único amigo verdadero durante
gran parte de mi maldita y asquerosa vida. Mientras yo caminaba por
la calle empezó a seguirme, moviendo su colita, sacando su lengua
para intentar lamerme una mano y oliéndomela al mismo tiempo. Era un
perro, pequeño y amigable que comenzó a seguirme a todos los sitios
a los que iba e incluso empecé a cogerle cariño y finalmente decidí
ponerle un nombre a mí dálmata (esta era una de las pocas veces que
podía decir que algo fuera mío). Lo llamé Perro, tenía poca
imaginación, pero era normal, no tuve una extensa educación y la
poca que tuve no fue la suficiente.
Nada
ni nadie pudo separarnos durante muchísimos años, eramos como uña
y carne, nos complementábamos el uno al otro. Tengo que admitir que
lo que pasó aquella tarde fue mi culpa, tenía ya 22 años, cuando
sí hubo algo que pudo separarnos. Si yo no hubiese tirado esa
maldita pelota roja de goma desgastada y hubiera caído en la
carretera, aún seguiría vivo, y todavía no puedo borrar la última
imagen que tuve de Perro, en el suelo destripado, parecía una
pegatina pegada en aquel sucio suelo de aquella maldita carretera
alejada del mundo. Ese día cambió mi vida y empecé a odiar
cualquier cosa que pasase delante mía. Terminé convirtiéndome en
un desalmado, un tío sin corazón; cualquier cosa bonita que viera
por la calle me daba asco, algunas veces hasta me entraban ganas de
vomitar.
Recuerdo
que cuando era pequeño, veía como algunos gitanos daban navajazos y
mataban, yo tenía miedo de ellos; pero ahora..., ahora soy como
ellos.
Ya
tenía casi 23 años, había llegado a medir un metro y ochenta y dos
centímetros de altura, mi pelo pasó de ser rubio cuando era pequeño
a ser castaño oscuro. No me gustaba nada el pelo largo, me parecía
de chicas o incluso de maricas; mi pelo era corto. Mis cejas bastante
pobladas, pero no tenía entrecejo; mis ojos, marrones verdosos con
unas pestañas largas y perfectas, demasiado perfectas para estar en
ese barrio. Mis mofletes estaban casi siempre rojizos y eran
blanditos; y mi boca, con labios finos y rosados, y mi boca no era
muy grande, pero tampoco muy pequeña. Mis dientes eran algunos
perfectos, otros donde no me habían salido dientes, como en las
muelas y tenía un diente de ''oro'' seguramente falso, pero para
todos los gitanos que había allí, era un tesoro.
Entonces
llega el día de mi cumpleaños, 29 de Febrero de 2028, he cumplido
29 años al fin. Creo que este ha sido el cumpleaños más feliz de
mi vida, ya que conocí a una bella mujer. Ella era rubia con un pelo
largo precioso, posiblemente usaba Pantenne; sus ojos azules oscuros
con pestañas largas y abundantes, y cejas finas. Su nariz era fina y
no muy alargada, casi perfecta; sus dientes blancos y alineados.
Media alrededor de un metro y sesenta centímetros y digamos que
estaba ''bien dotada''. Vestía con ropa bastante pija, lo que
significaba que tenía dinero, y su coche era uno de los más caros.
Entonces creo que me enamoré. Fue amor a primera vista. No pude
resistir y fui a decirle que me encantaba, intentando usar mis
encantos que no solían fallar casi nunca. Cuando terminé de decirle
todo lo que había sentido, me arreó una ostia en toda la oreja,
pareció bastante fuerte a pesar de ser tan pija. Me di cuenta de que
no todo es de color de rosa, que en la vida se sufre muchísimo, y un
sufrimiento que duele mucho es el amor. Decidí no volver a
enamorarme,
estamos
destinados a amar a otra persona. Y empecé a amar a alguien. Me amé
a mi. Sería el único amor que nunca podría dejar de sentir, era
imposible no quererme a mi mismo.
La
Atletanía, 26 de septiembre de 2030; me encuentro
escribiendo esta
carta en una calle sin salida. Recordando toda esta maldita historia,
se me escaparon dos lágrimas de los ojos. Ayer escuché por la radio
que la policía me está buscando por traficar con drogas. He podido
probar al fin comida normal, como comen las familias felices de los
anuncios.
Mira
dónde he llegado; ¿estás orgulloso, papá?
(Foto
1 de PublicDomainPictures en Pixabay)
(Foto
2 de Gleen Francis en Wikimedia Commons)
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