sábado, 22 de marzo de 2014

Lazarillo del siglo XXI


Sevilla, 26 de Septiembre de 2030.

Estimado señor, voy a contarle la historia de mi infancia, de la poca infancia que tuve y cómo llevé adelante mi vida, sin ayuda de nadie, solo con amigos pasajeros; así es cómo aprendí que estás solo en esta vida, que nadie va a poder ayudarte, solo tú mismo puedes y tienes que seguir adelante, por muchos baches que la vida te ponga por delante. No creo que mi nombre importe mucho ahora mismo; soy insignificante en este mundo, una persona a la que pocos conocen y con una vida simple y tranquila.

Mi infancia no fue la infancia que tenían esos niños que salían tan felices en la televisión, con sus padres y madres, viajando, por todo el mundo. Mi madre, la cual no recuerdo ni su nombre, solo tengo una imagen suya en mis recuerdos, una imagen no muy buena, mi madre haciendo cosas que yo no entendía en ese tiempo, pero que ahora entiendo perfectamente y aunque no era una madre ejemplar, yo la quería y aún la quiero, ella hacía todo para que yo estuviese feliz y era la única madre que tuve, no sabía si era mi madre biológica pero ella me crió. Cuando era pequeño, me decía que cerrase los ojos y que pensase en algo bonito, mientras ella se drogaba, aunque era tan inocente que no sabía que hacía, y luego me decía -''Abre los ojos cariño, sal, explora el mundo y cuando seas mayor, no mires atrás, olvida tu pasado''; fueron sus últimas palabras antes de que se fuera para no volver. Mi padre, lo conocí poco, cuando yo tenía tres años lo mataron, según mi madre fue una banda de gitanos del barrio cercano al que vivíamos, mi padre les debía mucho dinero y aunque intentó huir, eran demasiados contra solo uno. La policía enseñó unas fotos del cadáver a mi madre para saber si era su esposo, aunque ya mi padre no parecía una persona, la foto solo mostraba su cara ensangrentada y su cuerpo, el cual habían abierto en canal y se salían todas sus tripas. A los 13 años, mi padre llevaba 10 años muerto y mi madre se fue, aún no se donde, pero yo me quedé solo, en La Atletanía, un barrio de Sevilla bastante malo para tener niños pequeños como yo, y muy cerca de Las Vegas, otro barrio aún peor, dónde no me atreví a entrar hasta pasados los 16 años (que en ese barrio a esa edad ya se consideraban mayores de edad). Mis padres no eran un buen ejemplo para mí, pero traían el dinero suficiente a casa como para darme de comer cada día y poder pagar mi colegio. Me apuntaron al colegio cuando ya estaba más crecido, días antes de que muriese mi padre, que quería que aprendiese a leer, escribir y lo básico de las matemáticas, al menos así tenía unos principios básicos, aunque nunca llegué a terminar el instituto y no hacíamos apenas nada en el colegio; aprendí poco.
Aún recuerdo lo último que mi padre me pidió que hiciese como última voluntad antes de ser asesinado; llevar adelante el negocio de la familia, el que antes no sabía pero ahora ya se, las drogas.
Me quedé solo en casa, así que cuando pasaron los meses, encontré un recoveco entre la pared de mi cuarto y la pared del saloncito, el cual llevaba hasta una habitación más pequeña que tenía bolsas y más bolsas con un polvito blanco que no conocía y decidí dejarlo allí y olvidarlo.
Salí de aquel agujero tan agobiador y espeluznante, cerré el recoveco con el cuadro caído que estaba antes ahí y decidí descansar en mi cama.
En mi sueño, me daba cuenta el odio que sentía siendo de ese barrio de mala muerte, sin amigos, teniendo que ir a la puerta trasera de los restaurantes para conseguir un poco de comida muy hecha, aunque me parecía asquerosamente deliciosa ya que no podía comer otra cosa.

Tengo que admitir, que sí tuve un amigo, un único amigo verdadero durante gran parte de mi maldita y asquerosa vida. Mientras yo caminaba por la calle empezó a seguirme, moviendo su colita, sacando su lengua para intentar lamerme una mano y oliéndomela al mismo tiempo. Era un perro, pequeño y amigable que comenzó a seguirme a todos los sitios a los que iba e incluso empecé a cogerle cariño y finalmente decidí ponerle un nombre a mí dálmata (esta era una de las pocas veces que podía decir que algo fuera mío). Lo llamé Perro, tenía poca imaginación, pero era normal, no tuve una extensa educación y la poca que tuve no fue la suficiente.
Nada ni nadie pudo separarnos durante muchísimos años, eramos como uña y carne, nos complementábamos el uno al otro. Tengo que admitir que lo que pasó aquella tarde fue mi culpa, tenía ya 22 años, cuando sí hubo algo que pudo separarnos. Si yo no hubiese tirado esa maldita pelota roja de goma desgastada y hubiera caído en la carretera, aún seguiría vivo, y todavía no puedo borrar la última imagen que tuve de Perro, en el suelo destripado, parecía una pegatina pegada en aquel sucio suelo de aquella maldita carretera alejada del mundo. Ese día cambió mi vida y empecé a odiar cualquier cosa que pasase delante mía. Terminé convirtiéndome en un desalmado, un tío sin corazón; cualquier cosa bonita que viera por la calle me daba asco, algunas veces hasta me entraban ganas de vomitar.

Recuerdo que cuando era pequeño, veía como algunos gitanos daban navajazos y mataban, yo tenía miedo de ellos; pero ahora..., ahora soy como ellos.
Ya tenía casi 23 años, había llegado a medir un metro y ochenta y dos centímetros de altura, mi pelo pasó de ser rubio cuando era pequeño a ser castaño oscuro. No me gustaba nada el pelo largo, me parecía de chicas o incluso de maricas; mi pelo era corto. Mis cejas bastante pobladas, pero no tenía entrecejo; mis ojos, marrones verdosos con unas pestañas largas y perfectas, demasiado perfectas para estar en ese barrio. Mis mofletes estaban casi siempre rojizos y eran blanditos; y mi boca, con labios finos y rosados, y mi boca no era muy grande, pero tampoco muy pequeña. Mis dientes eran algunos perfectos, otros donde no me habían salido dientes, como en las muelas y tenía un diente de ''oro'' seguramente falso, pero para todos los gitanos que había allí, era un tesoro.


Entonces llega el día de mi cumpleaños, 29 de Febrero de 2028, he cumplido 29 años al fin. Creo que este ha sido el cumpleaños más feliz de mi vida, ya que conocí a una bella mujer. Ella era rubia con un pelo largo precioso, posiblemente usaba Pantenne; sus ojos azules oscuros con pestañas largas y abundantes, y cejas finas. Su nariz era fina y no muy alargada, casi perfecta; sus dientes blancos y alineados. Media alrededor de un metro y sesenta centímetros y digamos que estaba ''bien dotada''. Vestía con ropa bastante pija, lo que significaba que tenía dinero, y su coche era uno de los más caros. Entonces creo que me enamoré. Fue amor a primera vista. No pude resistir y fui a decirle que me encantaba, intentando usar mis encantos que no solían fallar casi nunca. Cuando terminé de decirle todo lo que había sentido, me arreó una ostia en toda la oreja, pareció bastante fuerte a pesar de ser tan pija. Me di cuenta de que no todo es de color de rosa, que en la vida se sufre muchísimo, y un sufrimiento que duele mucho es el amor. Decidí no volver a enamorarme, estamos destinados a amar a otra persona. Y empecé a amar a alguien. Me amé a mi. Sería el único amor que nunca podría dejar de sentir, era imposible no quererme a mi mismo.

La Atletanía, 26 de septiembre de 2030; me encuentro
escribiendo esta carta en una calle sin salida. Recordando toda esta maldita historia, se me escaparon dos lágrimas de los ojos. Ayer escuché por la radio que la policía me está buscando por traficar con drogas. He podido probar al fin comida normal, como comen las familias felices de los anuncios.
Mira dónde he llegado; ¿estás orgulloso, papá?


(Foto 1 de PublicDomainPictures en Pixabay)
(Foto 2 de Gleen Francis en Wikimedia Commons)
(Foto 3 de Hans en Pixabay)

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